La ceiba, columna imponente, dio fulgor a la ciudades precolombinas y majestuosidad a las haciendas de la península yucateca. Los mayas la consideraban comunicadora del universo: sus ramas abrían los cielos. Se trata de un árbol dueño del tiempo, permanente e inevitablemente místico. Su cercanía con el cielo lo hacen poseedor de claroscuros inescapables que dejan perplejo a quien los mira. Ésa es, precisamente, la impronta de esta obra: la simbiosis entre lo observado y su observador, su transformación recíproca, los contrastes sutiles entre la naturaleza y quien la contempla, dislocados en las páginas de Historias de una ceiba azul.