Hastiada de las formas y labores como traductora
e intérprete, Mara, en un ejercicio de fuga y soledad, se refugia en un insulso pueblo como guardiana de sala de museo. El plan incluye reducir al mínimo la interacción social, adoptar formas menos visibles
y ruidosas; disimular y callar el cuerpo.
Las intenciones de Mara se diluyen en el tiempo que sus compañeros de sala, Mancha y Gato —dos caballos criollos bellamente mal embalsamados—, quedan a la suerte de un delirante taxidermista para restituir su gracia y valor históricos.
Si bien Inclúyanme afuera narra el fracaso de un sabotaje, —la imposibilidad de enmudecer—, a medida que recorremos el cause del lenguaje, hilando el silencio con la palabra, se hacen palpables otros cuerpos de resistencia: gestos mínimos enunciados en la pausa, la redundancia y la digresión. Rebeldías en solitario, para así, pretender sosegar el ruido
del mundo.