Lo menos que puede demandársele a un ensayista es ingenio para construir analogías, memoria elegante, un significativo arsenal de referencias no del todo estrafalarias, aunque sì de insospechado molde y, coronándolo todo, una lujuria educada por prosa. Hernán Bravo Varela conquistó esas virtudes desde su escritura juvenil. Ahora, con Malversaciones, nos entrega dieciocho ensayos de madurez temprana donde la alegría del muchacho y el desencanto de la experiencia se alternan y acarician hasta confundirse en un solo y delicioso aliento, una deriva que lo mismo bebe del poema en prosa que del anecdotario, la erudición, el recadito en verso, la crítica literaria y la crónica. Dividido en cuatro secciones –poetas mexicanos; autores extranjeros; lugares y temas y prácticas de lo poético; más bella reflexión final acerca del ethos, la praxis y la política del arte–, Malversaciones trama un elogio del desvío y el desvarío, de la puesta en escena de la corruptibilidad como refugio posible para la descendencia humana, del grito como canción y reflexión, de la hibris y la cobardía como prácticas de lo sublime, y no rehúye ni la rabia elegiaca ante el asesinato del poeta Guillermo Fernández ni la ternura autoparódica de un fallido atentado poético-terrorista-adolescente contra Jaime Sabines. Hace todo esto, además, como una exhalación: una breve sucesión de latigazos de lucidez, una –son palabras del autor– “declaración patrimonial”, una suerte de autorretrato a mano alzada del lector como príncipe y mendigo del mundo.
JULIÁN HERBERT